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domingo, 18 de junio de 2023

La última llamada

 Un hombre recibe una llamada de su esposa fallecida en la noche de su aniversario.


 















Era una noche fría y lluviosa. Daniel estaba solo en su departamento, mirando la televisión sin prestarle atención. Había sido un día duro en el trabajo y lo único que quería era olvidarse de todo. Pero había algo que no podía olvidar: hacía un año que su esposa Laura había muerto en un accidente de auto.


Daniel y Laura se habían casado hace cinco años, después de conocerse en la universidad. Eran felices y se amaban profundamente. Tenían planes de viajar por el mundo, de tener hijos, de envejecer juntos. Pero todo se truncó aquella fatídica noche, cuando Laura volvía a casa después de visitar a su madre. Un conductor ebrio se pasó un semáforo en rojo y chocó contra el auto de Laura, matándola al instante.

Daniel nunca se recuperó de la pérdida. Se sumió en una depresión profunda, se aisló de sus amigos y familiares, dejó de cuidarse y de disfrutar de la vida. Su trabajo como contador le daba lo justo para sobrevivir, pero no le interesaba nada más. Se sentía vacío y solo.

Esa noche era especial. Era el aniversario de su boda con Laura. Daniel había comprado una botella de vino tinto, el favorito de Laura, y una rosa roja, como las que le regalaba cada año. Había puesto una vela en la mesa del comedor y había colocado una foto de Laura sonriendo en un marco plateado. Quería brindar por ella, recordar los buenos momentos que habían compartido, sentir que estaba cerca.

Daniel abrió la botella de vino y se sirvió una copa. Levantó la copa hacia la foto de Laura y dijo:

- Te extraño, mi amor. Siempre te amaré.

En ese momento, sonó el teléfono. Daniel se sobresaltó. No esperaba ninguna llamada. Miró el identificador de llamadas y se quedó helado. El número que aparecía era el de Laura.

Daniel no podía creer lo que veía. ¿Era una broma de mal gusto? ¿Un error del sistema? ¿O acaso era posible que Laura estuviera viva y lo estuviera llamando?

Daniel sintió un nudo en la garganta y un sudor frío en la frente. No sabía qué hacer. ¿Debía contestar o ignorar la llamada? ¿Qué pasaría si era ella? ¿Qué le diría?

Daniel se armó de valor y pulsó el botón de contestar. Llevó el teléfono a su oído y dijo con voz temblorosa:

- ¿Hola?

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Daniel esperó unos segundos, pero nadie habló. Estaba a punto de colgar cuando escuchó una voz que le heló la sangre.

- Hola, Daniel. Soy yo, Laura.

Daniel se quedó sin aliento. Era la voz de Laura, sin duda. La reconocería entre mil. Era la voz que le había dicho "te quiero" tantas veces, la voz que le había cantado canciones de cuna, la voz que le había susurrado secretos al oído. Era la voz de su esposa muerta.

- ¿Laura? -balbuceó Daniel-. No puede ser. Esto es imposible.

- Lo sé, Daniel. Lo sé. Pero soy yo. Te lo juro.

- ¿Cómo... cómo es esto posible? ¿Dónde estás? ¿Qué te pasó?

- No tengo mucho tiempo para explicarte, Daniel. Solo quiero decirte que te amo. Que nunca te olvidé. Que estoy orgullosa de ti.

- Laura... yo también te amo. Pero no entiendo nada. ¿Estás viva? ¿Estás en el cielo? ¿Estás en el infierno?

- No puedo decirte dónde estoy, Daniel. Es un lugar muy extraño. Un lugar donde no hay tiempo ni espacio. Un lugar donde todo puede pasar.

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que esta es mi última oportunidad de hablar contigo, Daniel. Mi última llamada.

Daniel estaba atónito. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Su última llamada? ¿Qué significaba eso?

- ¿Qué quieres decir con tu última llamada, Laura? -preguntó Daniel con angustia-. ¿Por qué es la última? ¿No puedes volver a llamarme?

- No, Daniel. No puedo. Esta es la única vez que puedo comunicarme contigo. Es un milagro que haya podido hacerlo.

- ¿Un milagro? ¿Cómo así?

- No te lo puedo explicar, Daniel. Es algo que va más allá de la razón y la ciencia. Es algo que tiene que ver con el amor y la fe.

- Laura, por favor. Dime algo más. Dime cómo estás. Dime si estás bien.

- Estoy bien, Daniel. No sufras por mí. Estoy en paz.

- ¿En paz? ¿Qué quieres decir con eso?

- Quiero decir que he aceptado mi destino. Que he perdonado al que me quitó la vida. Que he encontrado un sentido a todo lo que me pasó.

- ¿Qué sentido, Laura? ¿Qué sentido tiene morir tan joven, tan injustamente, tan cruelmente?

- El sentido de que todo tiene una razón de ser, Daniel. El sentido de que nada es casualidad. El sentido de que hay un plan mayor para nosotros.

- ¿Un plan mayor? ¿De quién? ¿De Dios?

- No lo sé, Daniel. Tal vez de Dios, tal vez del universo, tal vez de nosotros mismos. Lo que sé es que hay algo más allá de esta vida. Algo maravilloso y misterioso.

- ¿Qué es, Laura? ¿Qué es lo que hay más allá de esta vida?

- No te lo puedo decir, Daniel. Tienes que descubrirlo por ti mismo.

- ¿Cómo voy a descubrirlo, Laura? ¿Cómo voy a vivir sin ti?

- Tienes que seguir adelante, Daniel. Tienes que ser fuerte. Tienes que ser feliz.

- ¿Feliz? ¿Cómo voy a ser feliz sin ti?

- Puedes ser feliz, Daniel. Puedes encontrar el amor de nuevo. Puedes cumplir tus sueños.

- No quiero el amor de nadie más, Laura. Solo te quiero a ti.

- Y yo te quiero a ti, Daniel. Pero tienes que entender que nuestro amor no se acabó con la muerte. Nuestro amor sigue vivo en nuestros corazones.

- Entonces dime que volveremos a estar juntos, Laura. Dime que nos reencontraremos algún día.

- Lo haremos, Daniel. Lo haremos. Pero no sé cuándo ni cómo.

- Entonces dame una señal, Laura. Dame una prueba de que estás ahí.

- Te daré una señal, Daniel. Te daré una prueba de mi amor.

- ¿Qué señal, Laura? ¿Qué prueba?

- Mira por la ventana, Daniel. Mira el cielo.


Daniel se levantó del sofá y caminó hacia la ventana. Estaba oscuro y llovía a cántaros. No había nada que ver en el cielo. Solo nubes negras y relámpagos.


- No veo nada, Laura -dijo Daniel con decepción-. Solo veo la tormenta.


- Espera un poco, Daniel. Ten paciencia. Verás algo pronto.


- ¿Qué voy a ver, Laura? ¿Qué quieres que vea?


- Verás una estrella, Daniel. Una estrella muy brillante.


- ¿Una estrella? ¿En medio de la lluvia?


- Sí, Daniel. Una estrella especial. Una estrella que te hará recordar.


- ¿Recordar qué, Laura?


- Recordar nuestro amor, Daniel. Recordar nuestra promesa.


Daniel no entendía nada. ¿Qué estrella? ¿Qué promesa? ¿De qué estaba hablando Laura?


Mientras tanto, en el cielo, algo increíble estaba sucediendo. Una luz blanca y cegadora se abría paso entre las nubes. Era una estrella fugaz. Una estrella fugaz que se dirigía hacia la Tierra.


La estrella fugaz era en realidad un meteorito. Un meteorito que había viajado por el espacio durante millones de años. Un meteorito que había sido atraído por la gravedad de la Tierra. Un meteorito que tenía un destino muy particular.


El destino del meteorito era el departamento de Daniel. El departamento donde vivía con Laura. El departamento donde guardaba sus recuerdos.


El meteorito se acercaba cada vez más al edificio. Iba a una velocidad increíble. Iba a causar un gran impacto.


Daniel seguía mirando por la ventana. No veía nada más que lluvia y rayos. Estaba a punto de rendirse y colgar el teléfono cuando escuchó la voz de Laura de nuevo.


- Mira bien, Daniel. Mira con el corazón.


Daniel hizo un último esfuerzo y miró con atención. Entonces lo vio. Vio una luz blanca y brillante que se acercaba rápidamente. Vio una estrella fugaz que iluminaba el cielo.


- ¡Laura! -exclamó Daniel-. ¡Es hermoso!


- Pide un deseo, Daniel. Pide un deseo con toda tu alma.


- ¿Un deseo? ¿Qué deseo?


- El deseo que quieras, Daniel. El deseo que te haga feliz.


Daniel no lo pensó dos veces. Sabía lo que quería. Quería estar con Laura. Quería abrazarla y besarla. Quería decirle que la amaba.


Daniel cerró los ojos y pidió su deseo con todas sus fuerzas.


- Deseo estar contigo, Laura. Deseo estar contigo para siempre.


En ese momento, el meteorito chocó contra el edificio. Hubo una explosión enorme. Todo se derrumbó en cuestión de segundos.


Daniel y Laura murieron al instante.


Pero no sintieron dolor ni miedo. Solo sintieron amor y paz.


Se habían reencontrado en el más allá.


Se habían cumplido su promesa.



 (c) Héctor A. Palavecino


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